¡Aún 700 millones de pobres extremos en una economía global!
Cumbre de Quito 2002. El corresponsal del Economist Post entrevista a uno de los Presidentes de Gobierno que va a intervenir en unos minutos.
E.P: ¿Por qué cree que es tan difícil acabar con el hambre en el mundo si realmente se lo han propuesto ustedes, los dirigentes de los principales países del mundo, como dicen?
Presidente: Lo primero en una acción política es pasar de grandes principios a objetivos concretos. «Hambre» es un concepto que tiene múltiples acepciones y niveles.»Eliminar el hambre»es tan utópico como buscar que toda persona, en todo momento y en cualquier lugar del mundo, tuviera cubiertas sus necesidades, al menos las más elementales. Pero es que, además, una gran parte de las escenas de hambre física, de depauperación, que los medios de comunicación nos muestran y que a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad repele, corresponden a situaciones extremas: guerras, corrupción, conflictos étnicos, sequías excepcionales, terremotos o lluvias torrenciales. Contra todo eso luchamos en los grandes cónclaves internacionales, pero no es posible prever todas las posibles variantes, ni tan siquiera actuar sin el consentimiento de los gobiernos afectados y una cierta capacidad, por su parte, para aprovechar posibles ayudas externas.
E.P: Pero reconocerá que las ayudas de solidaridad internacional son más bien exiguas (que un 0,7% del PIB sea un objetivo a alcanzar, con dificultades y tras años de denuncia, parece ridículo) y muchas veces están, además, condicionadas.
Presidente: Los gobiernos actúan, en general, como reflejo de lo que la sociedad demanda. Si usted quiere carreteras, sanidad gratuita, subsidio de paro y pensiones dignas, tiene que estar dispuesto a pagar impuestos. Si quiere una mayor solidaridad internacional, debe renunciar a algo o pagar más impuestos.
E.P: Luego estamos condenados a vivir con la contradicción de sociedades opulentas en que sobran alimentos y otras en que la desnutrición o la muerte por hambre son una realidad.
Presidente: ¡No!, ¡no! Nadie ha dicho que no se intente ser solidarios, reordenar la economía mundial, abrir todo tipo de mercados y compensar excedentes y carencias a escala internacional. Lo que ocurre es que ésta es una compleja tarea que hay que realizar por etapas y teniendo las ideas claras. Hay que tener en cuenta que los mercados funcionan y que la actuación de los gobiernos tiene un límite.
Según me confesó el corresponsal que realizó la entrevista, toda la Cumbre de Quito estuvo llena de bellos discursos, puntos de vista encontrados sobre los intereses y perspectivas de cada uno de los Presidentes de Gobierno que iban pasando por la tribuna de oradores, pero contadas propuestas concretas sobre qué hacer para difundir el bienestar a escala mundial y eliminar la pobreza extrema. Entre aquellos atractivas frases de los políticos de turno:
- «La globalización de la economía garantiza una larga fase expansiva»
- «La revolución económica vendrá de la mano de las nuevas tecnologías»
- «Hoy podemos vislumbrar el fin de las principales plagas de la humanidad: pobreza, enfermedad, guerra, crimen y polución»
- «El terrorismo internacional se alimenta de la incultura y la pobreza extrema»
La verdad es que nunca existió esa Cumbre de Quito y que los anteriores textos corresponden a una novela/ensayo de divulgación económica que escribí hace ahora trece años (Viajes por Econolandia), pero que creo siguen de plena actualidad. Por aquellas fechas habría del orden de 1.500 millones de personas en situación de pobreza extrema en el mundo, cerca de la cuarta parte de la población mundial. La estimación facilitada ayer por el Banco Mundial (utilizando un indicador de renta inferior a 1,9$/día) es que hoy puede haberse reducido la cifra a 700 millones de personas, ligeramente por debajo del 10% de la población.
Seguimos, a pesar de las mejoras, en una situación que tiene unos enormes costes humanos, sociales y económicos a escala mundial. Hay una mayor sensibilización en las sociedades de los países desarrollados, pero las acciones políticas propuestas se quedan, muchas veces, en bellas declaraciones de principios.
Naciones Unidas acaba de recomponer sus Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030. En 15 años se quiere que esos pobres en situación extrema se reduzcan a sólo un 3% de la población mundial, pero se barajan otros escenarios hasta casi el 6%. Además,la pobreza parece especialmente difícil de erradicar en algunas zonas. En 2030, el Banco Mundial estima que en el Africa Sub-Sahaariana se situará entre el 14 y el 27%.
En el informe que acaba de publicar el Banco Mundial (Ending Extreme Poverty and Sharing Prosperity: Progress and Policies), se reconoce que los cálculos están hechos utilizando una relación que parece deducirse empíricamente de la experiencia más reciente: una tasa de crecimiento anual del PIB mundial del orden del 4%, conlleva una caída de la tasa de pobreza en el entorno del 1%. Pero esa relación no está garantizada y depende de la distribución de rentas entre países (convergencia) y entre individuos dentro de cada país (desigualdad).
En palabras del BM, «el crecimiento debe proporcionar a los gobiernos el espacio fiscal para implementar políticas redistributivas que permitan aumentar rentas y bienestar de los pobres y tramos bajos de ingresos». Y añade dos advertencias: 1)desarrollo sostenible no implica menor crecimiento; 2)más equitativo no significa menos eficiente.
Debemos estar atentos a la evolución real de los nuevos objetivos para un desarrollo sostenible. No debieran ser unas simples referencias de buenas intenciones a comprobar cómo se han cumplido dentro de 15 años, sino una agenda permanente y revisable de acción política y de gobernanza mundial. Nos interesa a todos por razones éticas, pero también económicas y de bienestar social de nuestros países, ante problemas tan acuciantes como la inmigración, los conflictos geopolíticos o la inestabiliadad de nuestras sociedades.
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