¿Economía para sufrir o para crear?
Estos son días en España de dura confrontación política, de pactos partidistas multicolores, de reclamación ciudadana, de hastío ante la corrupción, de exigencia de Administraciones eficaces e inclusivas, de desesperanza de parados y subempleados, de difícil equilibrio entre condicionantes racionales de las políticas económicas y la búsqueda ilusionada de nuevos caminos aún por explorar.
Más allá de los resultados económicos obtenidos creo que, en estos años de lucha contra la crisis, los gobernantes de la administración europea, así como de la central y periférica de nuestro país, han cometido un gran error de enfoque al IMPONER el sufrimiento de una política económica de austeridad, que implicaba profundos y desiguales sufrimientos sociales, sin considerar la necesidad de un amplio pacto social que lo sustente y una comunicación fluida que la justifique.
Una política económica de recorte del gasto público y subidas impositivas, con sus inevitables efectos iniciales de reducción de beneficios sociales, cierre de empresas, restricciones financieras y paro, no es un menú fácilmente digerible si está impuesto como una amarga purga a tomar «por decisión superior», además en un entorno en que se vislumbran signos de corrupción, despilfarro, tratamientos desiguales y donde falta comunicación para justificar medidas y resultados, más allá de la encarnizada batalla partidista.
El mal no es sólo español. A escala europea, un reciente informe de un «think tank», ESPAS, avisa de que las democracias occidentales se enfrentan a una desconfianza creciente de sus ciudadanos, que se sienten ignorados e incomprendidos, hacia los dirigentes políticos. «Esta crisis de confianza puede avivar la alienación de la población, incrementar la polarización y debilitar la capacidad de la sociedad para una acción colectiva».
Hace ya 13 años, en las primeras páginas de un libro de divulgación («Viajes por Econolandia. Una guía para entender la vieja y la nueva economía») insistía en que la Economía no debe ser sólo un triste compendio de principios que sirven para explicar a un país que no hay dinero suficiente para cubrir todas las necesidades sociales y otras muchas consecuencias de una administración pública y privada eficaz. Junto a esa <economía para sufrir> hay que superponer otra <economía para actuar> que no trata simplemente de administrar lo que se tiene, sino que, previamente decide cómo organizarse hoy para tener lo que debamos repartir y crea las condiciones necesarias para un desarrollo sostenible e inclusivo.
Me reafirmo en lo que decía hace ya más de una década (op.cit, pg.20): «Pienso que debiéramos adelantarnos los que creemos en esa nueva economía emergente y dar un paso al frente para denunciar corruptelas, corregir efectos sociales no deseados, propiciar el acceso de las personas, regiones o países marginados y potenciar los aspectos más relevantes para la mejora de la calidad de vida…La nueva economía no sólo supone amplitud de mercados, tecnologías en rápido avance y formas más flexibles y eficientes de gestión empresarial. Implica cambios en la estructura social de grandes consecuencias. Exige estímulos de integración de los grupos más marginados. Exige respeto a unas normas de conducta que permitan a todos los jugadores soñar con participar en los premios de una economía (hoy añadiría en recuperación). Al final será bueno para todos»
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